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Y se hizo… El Resplandor





El Resplandor fue el primer libro que, verdaderamente, no me dejó pegar un ojo. 

Descubrí a Stephen King al igual que muchos, de adolescente, cuando un libro escrito por él cayó en mis manos a una edad muy impresionable. Dora, una compañera mía del secundario, era una chica muy aplicada y estudiosa, todas recurríamos a su ayuda porque estábamos seguras de que Dora “se sabía todo”. El único “vicio” que le conocí fue leer todo lo que escribía Stephen… y me contagió. Lo primero que me prestó fue “Sementerio de Animales” con su detallada descripción de un cerebro pulsante en un cráneo expuesto (me fascinó). Todavía recuerdo mi desilusión cuando no incluyeron esta escena en la película (que no le hizo justicia para nada). Salvo contadas excepciones (“Misery”, “Stand by Me”, “The Shawshank Redemption” y, posiblemente, “Carrie”), prefiero mil veces los libros a las versiones cinematográficas. Para empezar, nuestra imaginación no tiene límites de presupuestos o castings. Nuestros protagonistas ni siquiera tienen que estar en este mundo. O sea, la historia la podemos imaginar con quien queramos. Y además Stephen es buenísimo a la hora de escribir thrillers psicológicos (¿cómo se traslada eso a la pantalla?).

Y les decía que, literalmente no pude pegar un ojo con ese libro porque la noche era el único momento que tenía para leer un poco, ya que a la mañana me levantaba muy temprano y estaba todo el día en el colegio. Y absorta como estaba en la historia, a las 12 y pico de la madrugada pensé en apagar la luz porque si no al otro día… ¿quién me levantaba? El problema fue que interrumpí la historia cuando Wendy corre a esconderse en el baño perseguida por Jack… y su hacha. Cierra la puerta… y se empiezan a sentir los golpes… Así terminaba el capítulo. Cosa que yo me quedé 5 minutos en plena oscuridad, con los ojos abiertos como dos platos, muriéndome de la intriga y… no aguante más. Preferí sacrificar una media hora de sueño y sacarme la duda de lo que pasaba después porque si no en lugar de dormir poco no hubiera dormido nada. 

A Stephen le debo agradecer entonces algunos de los momentos más tenebrosos que pasé de chica. Y parece que ahora también le debo agradecer este guiso de Transilvania, misteriosos y gótico, tan propio de él como los murciélagos y las gárgolas de hierro del portón de su mansión en Maine.







Resulta que allá por los ’80 a una periodista se le ocurrió compilar un libro de cocina con recetas de escritores famosos. Lo único que tenía que hacer era escribirles pidiéndoles una receta y luego ella compilaba el libro (la idea es verdaderamente brillante pero de ahí a que te contesten…). Parece que en el ínterin algo pasó y el proyecto quedo ahí, en un cajón. La mayoría de los escritores no contestó pero hubo uno que sí lo hizo. Nada más (ni nada menos) que Stephen King.

Este hombre (ya famoso en ese entonces) no sólo se tomó el trabajo de contestarle y tipear la receta sino que buscó una acorde con su persona. Un fenómeno.

La carta que mando Stephen (traducción libre) dice más o menos así:

Estimada Srta Campbell,
                                                                     
                Gracias por incluirme en su proyecto de un libro de cocina. Mi especialidad es el spaghetti franco-americano con hamburguesas (a mis hijos les encanta) pero no creo que eso le agrade a la mayoría de la gente. La receta que sigue la saqué de la revista Family Circle, probablemente es más acorde a lo que la gente espera de mí. De verdad se llama Goulasch de Transilvania, no lo inventé yo.

Goulasch de Transilvania

3 cucharadas de aceite vegetal
3 fetas de bacon (puede ser panceta), cortado chiquito
1 cebolla grande, picada (1 taza)
1 diente de ajo chico picadito
2 cucharadas de paprika (húngaro en lo posible)
900g de cerdo magro y sin hueso, cortado en cubos
1 cucharadita de sal
¼ cucharadita de pimienta
¼ cucharadita de comino
2 tazas de agua caliente
900g de sauerkraut (repollo agrio), fresco o envasado (yo usé envasado)
250g de kielbasa (salchicha polaca, acá en Londres las venden pero pueden usar cualquier otra variedad mientras sea de piel gruesa y más bien grandecitas, no las de Viena)
230g de crema agria* (usen 1 pote y listo)         


1.       Calentar el aceite y el bacon en una cacerola hasta que haya soltado la mayor parte de la grasa.  Saltear la cebolla y el ajo en ella hasta que estén traslucidos (como 10 minutos). Retirar del fuego. Agregar el paprika. Agregar los cubos de cerdo, mezclando todo bien para que se impregnen con el paprika.
2.       Poner nuevamente la cacerola al fuego; cocinar a fuego bajo por 10 minutos, revolviendo constantemente para que el paprika no se queme. Condimentar con sal, pimienta y comino. Agregar el agua caliente. Tapar y dejar cocinar por 45 minutos.
3.       Mientras se cocina el guiso, lavar el sauerkraut bajo la canilla de agua fría (si se olvidan de este paso, el guiso resultará incomible). Exprimir hasta secar. Cortar la salchicha groseramente.
4.       Cuando la carne esté tierna, añadir el sauerkraut y la salchicha. Cocinar por 15 minutos más. Retirar del fuego. Agregar gradualmente la crema agria al guiso justo antes de servirlo (no antes).

Este guiso queda todavía más rico al día siguiente de haberlo preparado. No agregar la crema agria hasta después de haberlo recalentado.

                Espero que esta receta le sirva. Le deseo lo mejor para su libro. Parece una buena idea.

                                                                    Atte.
                                                                 Stephen King



*Crema agria: hacer la crema agria en casa (si no la conseguimos en versión industrial) es muy fácil. Simplemente cortamos un pote de crema de leche (doble) con un poquito de jugo de limón y lo dejamos 10 minutos para que el ácido del limón actúe y corte la crema espesándola. Y ya está. Es muy típico de los países centroeuropeos utilizarla en sus platos (Hungría, Rumania, La Republica Checa) así como también en Rusia.

Por esas cosas de la vida, cuando llegó la hora de documentar el plato (lo hice en pleno invierno en medio de una nevada, como corresponde a un guisote rumano) saqué la foto que ven en este post. Fue uno de esos momentos mágicos de los que hablamos en Fotografía. Esos pequeños detalles que notamos sólo cuando revelamos la foto (o la vemos en la compu). No fue calculado, simplemente sucedió que en invierno, son tan pocas las horas de luz que del único lugar del que podía tener una fuente de luz más o menos pasable para la foto era desde la ventana del living que da a la calle. Y es que yo vivo justo enfrente de un… sementerio.      




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