No voy a escribir mis memoirs à la
Anthony Bourdain.
Pero sí quiero comentarles un par de
paradojas (me fascinan las paradojas) que ocurren en el mundo de la gastronomía
y que me dieron qué pensar.
La primera es que teniendo que cocinar
todos esos platos gourmet, difíciles, y, sobre todo riquísimos (eso sin hablar
de hacerlo contra el reloj, sobre todo si es durante el servicio o haciendo
catering de festivales, ¿nunca vieron “Hell's Kitchen”?) los cocineros, generalmente, comemos muy pero MUY mal. Para empezar,
cuando llega la hora de tomarse un bien merecido break y comer (¡al fin!) algo,
los pobres cocineros terminamos comiendo lo peor que hay en la cocina, lo que a
veces hasta los perros desprecian. No a todos les pasa (Ferrán Adriá les daba
de comer muy bien) pero yo tuve la experiencia de comer así cuando trabajaba
haciendo catering para festivales.
Eso claro, si después de ver tanta
comida desde tan temprano (si hacía el primer turno en el restaurant tenía que estar en la
cocina a las 8 de la mañana) te sigue quedando algo de hambre. Porque cocinar así,
en cantidad, y tantas horas por día te termina quitando el apetito. Lo cual,
dicho sea de paso, es genial si estás a dieta.
Y finalmente, la última paradoja de
todas es que, cuando volvés a tu casa, reventada y lista para poner los pies en
un balde de agua fría (lo primero que hacía en cuanto llegaba a mi casa), estás
tan pero tan cansada que lo último que querés es ir a la cocina a seguir
cocinando y terminás picando cualquier cosa o comiendo un sándwich. ¿Qué loco,
no?
0 comments:
Post a Comment