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Cocinero se nace







Yo soy un poco como los gatos. Tuve varias vidas. Y en alguna de esas vidas me tocó no ser cocinera. Y me daba cuenta de que yo "trabajaba de" algo. Que cuando llegaba a mi casa no quería saber nada de trabajo y que lo único que quería era desenchufarme del stress del día y hacer otras cosas.

Hasta que un buen día pegué el portazo y fui a recibirme de pastelera. Por suerte pude darme cuenta a tiempo de que yo no estaba hecha para eso otro que hacía antes, que lo que yo realmente quería era cocinar. Dulce, salado, no importaba. Mi verdadera pasión es por lo dulce pero mientras estuviera entre ingredientes poco importaba lo que tuviera que hacer (me encanta filetear pescado, por ejemplo).

En mi primer trabajo de cocina (en un restaurant del centro de Londres) me pusieron tres días seguidos a pelar papas. Era (es) un restaurant muy grande, éramos muchos cuocos y este venerable tubérculo se usaba para absolutamente todo: papas fritas en todos sus tamaños y formas, puré (casi todos los platos venían con algo de papas como guarnición) en fin, para lo que venga. Y eran baldes y baldes de papas que pelé. Y pensé: "Esta es mi prueba de fuego". Si resisto esto entonces me voy a dar cuenta si me gusta o no. Bueno, creo que ya saben la respuesta.

No me importó hacerlo porque de todo se aprende y además es como todo, es un "derecho de piso" que hay que pagar. Hay que foguearse, no queda otra. Y si salís ileso de la experiencia entonces te comés el mundo (literalmente).

"Trabajar de" vs "ser"

Cuando una hace algo de alma es más que una profesión. Como bien decía Hamlet "Ser o no ser"...

Y cuando una se descubre pensando en su profesión hasta en las horas de ocio, o porque sencillamente no lo podemos evitar (todos tenemos que comer) ahí es cuando una se da cuenta de que ser cocinero es mucho más que un trabajo. Es una pasión, una vocación que o la tenés o no la tenés. Es así. No hay punto medio.

Yo descubrí que "era cocinera" el día que me dí cuenta que volvía del trabajo y, después de poner los pies en agua helada para deshincharlos, (después de haber estado entre refritos o litros y litros de sopa desde las 8 de la mañana), prendía la tele y me ponía a mirar a Gordon Ramsay en The F Word; que el hobby que tengo de chica de juntar papelitos, recortar recetas y copiarlas de la tele o de donde venga, era parte de mi trabajo (¿qué mejor receta que las heredadas y transmitidas de familia a familia?); que me gustaba armar el plato hasta para mí (aunque fuera arte efímero y no durara nada), que durante mis viajes, en lugar de irme a recorrer locales de ropa, como hacen muchas, yo me iba corriendo a los mercados callejeros y pegaba un grito, no ante una cartera Gucci imposible de comprar sino ante unas chanterelles en un mercado de Paris o unas trufas negras en uno de Budapest (igualmente imposibles de comprar). Ahí me di cuenta. Porque ser cocinero va más allá de tener maña para combinar ingredientes o saber la técnica de un plato. La estampa de cocinero la tenés en cuanto pegás el primer berrido.





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