Hoy quiero compartir uno de mis primeros
experimentos en la cocina: los alfajorcitos de maicena.
Las Comiditas
de Blanca Cotta ocupan un lugar muy especial para mí y es que, gracias a esa
sección, publicada en la revista Anteojito todos los jueves y esperadísima ansiosamente
por mí cada semana, yo aprendí a cocinar. O sea, lo que no tuve en forma más
directa lo tuve a través de ella, mi maestra. Un viejo y gordo cuaderno
cuadriculado (destinado a ejercicios de matemática y que jamás cumplió con su
destino) ofreció sus hojas para que yo me iniciara en los “pegotes” y pegara,
prolijisimamente a través de los años en los que tuve la revista, las
recetitas, originalísimas en forma de historietas con su explicación al lado. Las
recetitas eran muy simples la mayoría de las veces pero la historieta y los
dibujos de Blanca (¡imperdibles!) te enganchaban y te daban ganas de salir
corriendo a la cocina a ensayarlas. En una época en la que no había tanta tecnología
cibernética como la hay hoy, era un concepto buenísimo para mantener a las
nenas ocupadas en algo productivo y que, de paso, aprendieran algo.
La imaginación de Blanca no tenía límites,
nada era muy difícil para ensayar. Y creo que a mí me motivaba que ella no
pensara que los chicos eran “muy chicos” para entrar en la cocina. A lo sumo,
había que pedir la ayuda de un mayor pero nada era imposible “entre ollas y
sartenes”. Y si las recetas no salían o no nos quedaban fotogénicas como nos
tenían que quedar… a no desesperar y ¡a seguir ensayando! Porque por lo menos
teníamos idea de lo que estábamos haciendo y qué era cada cosa. Mi vecinita
estaba muy sorprendida porque las recetas no sólo eran “de verdad” sino que
además, ¡eran ricas!
Yo no lo sabía entonces pero ya a los 5 años
yo sabía lo que era el “glasé real”, un merengue, un pionono, o como batir
claras “a nieve” gracias a las Comiditas.
Conceptos que luego, lueguísimo ví en cursos de pastelería profesional yo
los tenía incorporados desde edad
tempranísima y no eran ninguna sorpresa para mí gracias a esas recetitas. Hoy,
con ojos de grande, releo esas recetitas y veo que, efectivamente, constituían
un verdadero “arsenal” de técnicas y conceptos, aparentemente difíciles que
hasta una nena de jardín de infantes podía ensayar.
Blanca nos tenía trabajando como locas
desde edad muy temprana. ¿Había que picar cebolla para el relleno de las
empanadas? ¡Ma qué procesadora! ¡A cuchillo! Y ¡cuidadito con llorar! ¿Había
que hacer dulce de leche casero? ¡Al pie de la olla revolviendo toda la tarde hasta
que la mezcla tomara color “oscurito”! Y no importaba si nos perdíamos los
dibujitos a la hora de la leche, el resultado final lo justificaba. ¿La
recetita pedía hojaldre “casero”? ¡A estar pendiente toda la tarde de la
heladera mientras hacíamos los deberes! La salsa de los niños envueltos…
¡casera y hecha por nosotras así papá se ponía contento y nos felicitaba! ¿Pan,
ñoquis, masa de pizza? ¡Todo casero y a mano!
Hasta donde yo sé, nadie quemó su casa por
ensayar recetas “peligrosas”. En cambio, toda una generación de nenas creció llenándose
de harina y descubriendo, quizás, una vocación de por vida, como fue mi caso.
A Blanca le debo ser la chef que hoy soy. El
haber aprendido a divertirme en la cocina, a saber que no hay desafíos
demasiado grandes si una se empeña mucho en lograr algo, el querer
perfeccionarse día a día y, por qué no, a ser independiente y cocinar solita. Por
eso te doy un ¡GRACIAS, Blanca! con un corazón de chocolate ¡así de grande y
así de rico!
Alfajorcitos
de maicena
- Bien sabemos que tú vuelves todos los días cansada de la escuela.
- Pero, ¿no sabes que cambiar de tarea es también una manera de descansar? Te proponemos entrar en la cocina…
- … y preparar una receta más fácil que la tabla del 10: ¡sabrosos alfajorcitos de maicena!
- Pon sobre la mesa 2 ½ cucharadas de maicena, 2 ½ cucharadas de harina leudante, 2 cucharadas de azúcar y 1 cucharada de manteca. Luego con dos cuchillos corta la manteca de modo que quede convertida en granitos. Entonces añade 1 huevo bien batido…
- … y amasa todo hasta obtener un bollo liso. Estíralo con el palote, dejándolo de ½ cm de espesor y córtalo en discos chiquitos. Después, acomódalos sobre una placa enmantecada y enharinada y cocínalos en horno caliente hasta que estén sequitos pero sin que lleguen a dorarse (mama sabe).
- Una vez fríos, une los discos de a dos con bastante dulce de leche en el medio. Luego hazlos rodar por coco rallado para que éste se adhiera al dulce que siempre asoma por los costados. ¿No te parece una recetita bárbara para invitar a tus amiguitas a tomar el té?
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