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¿Seguimos haciendo algo rico para el desayuno?






Macerar frambuesas (frescas en lo posible, sino con las congeladas sale rica igual) en igual cantidad de azúcar. Vale decir: para 1 kg de frambuesas necesitamos 1 kg de azúcar. Lo mejor es dejarlas de un día para el otro en la heladera, esto se puede hacer a la nochecita y terminamos el dulce al otro día, temprano.  Cocinar a fuego bien bajo hasta que tome punto de mermelada. Si tienen cacerolita de cobre (¡un lujo asiático!) entonces… ¡adelante! (Yo no tenía y me salió rica igual). ¡No tapen la cacerolita o la mermelada va a desbordar! Envasar en frascos esterilizados cuando estos aún están calientes.

No es por nada, pero es una de las mermeladas más ricas que probé. No hay caso, a la mermelada casera ¡no hay con que darle!






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Pero de peras





Cuando era chica todo era Disney: las películas que iba a ver al cine, las revistas de historietas con las que aprendí a leer, hasta los programas de televisión… El mejor programa de los domingos (a las 8 de la noche para ser exactos) era sentarme a ver “El Mundo de Disney” antes de enfrentarme a una nueva semana de escuela, madrugones y deberes escolares. Tengo que decir que mis preferidos eran los patos que, recién me acabo de enterar, son patos de Pekín: el Tío Rico, Donald, la bruja Mágica… Pero mis favoritos eran los trillizos: Huey, Dewey and Louie, (no sé por qué en castellano a alguien se le dio por bautizarlos: Hugo, Paco y Luis, en casi todos los demás idiomas los nombres riman, como en italiano que se llaman Qui, Quo y Qua), sobre todo cuando se portaban mal y hacían enojar a Donald. Y junto con los trillizos traviesos estaba la abuela de Donald, la Abuela Pata que era un poco la abuela de todos. Si habré tratado de imaginarme el aroma de sus míticos pasteles de manzana, esos que tenían los orificios en la masa por los que le salía el humito… los mismos que descansaban en el alfeizar de la ventana de su cocina en la granja… y desaparecían misteriosamente.

Me pude haber olvidado del primer centavo de Tío Rico (el de la suerte, el que le atraía la fortuna) pero lo que nunca olvidé fue el mítico recetario de la Abuela Pata, el que contenía todos sus secretos y del cual ella sacaba todas sus delicias. Recuerdo que era bien grande, pesadote y con las hojas amarillas y gastadas como debe ser de cualquier recetario de cocina que se precie. ¿Nunca se preguntaron de chicos que recetas tendría ella anotadas ahí? Yo sí. Infinitas veces. Y siempre me quedé con la duda, siempre fue un misterio para mí.

Bueno, parece que en Italia no lo fue tanto ya que en los ’70 decidieron publicar el Manuale di Nonna Papera, gracias al cual muchas nenas dieron sus primeros pasos en la cocina. Si bien mi referente en la cocina fue otro (yo crecí con las Comiditas de Blanca Cotta y sus simpáticas recetitas en forma de historieta) no pude evitar sentir cierta nostalgia al enterarme de su existencia ya que, como les dije al principio, mi infancia fue de la mano de Disney. 

Gracias a la web, pude rescatar trocitos de ese manual que, por esas cosas de la vida, tiene recetas que son más italianas que americanas y… ¡hasta incluye la receta del dulce de leche! Pero una en particular captó mi atención: la torta di mele (torta de manzanas). No tarta, ni pie, una torta bien “torta”. Y es que en italiano hasta hay un giro idiomático: “Pareva la torta di Nonna Papera!” (Parece la torta de la Abuela Pata) que dicen los que quieren elogiar una torta especialmente rica.
Entonces me decidí a hacerla.


Torta di mele di Nonna Papera  

La receta original era con manzanas. Pero como yo no tenía… ¡la hice con peras y quedó riquísima!

Ingredientes

200g harina
150g azúcar
pizca de polvo de hornear
2 huevos
leche c/n
ralladura de limón (yo usé extracto de vainilla)
1 kg de manzanas (yo usé peras)

Batir bien los huevos con el azúcar. Agregar de a poco la harina ya mezclada con la levadura y la ralladura de limón alternando con la leche para que la masa no quede muy dura de consistencia. Colocar la pasta en una budinera o molde de torta enmantecado y enharinado.
Pelar las peras y cortarlas en tajadas finas y parejas. Disponerlas en forma elegante sobre la masa de torta y espolvorear la superficie generosamente con azúcar y pedacitos de manteca. Cocinar por media hora en horno moderado.






foto: Fragole a merenda


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Lo pedís, lo tenés







Hace poco me pidieron la receta de estas cookies en Facebook.  Y, como nobleza obliga (no me gusta ponerme plumas ajenas cosa que hacen bastante los Cocineros Argentinos) les cuento que, una vez más, la receta pertenece a Blanca Cotta aunque yo le hice algunos cambios. Trataré de no saturar el blog con recetas suyas pero van a ver unas cuantas por acá. 


Cookies con chips de chocolate de Blanca Cotta

Ingredientes

100g de manteca blanda
½ taza de azúcar negra
½ taza de azúcar molida
1 cucharada de esencia de vainilla
1 huevo
1 y ½ taza de harina
1 cucharadita al ras de bicarbonato de sodio
½ taza de copitos de chocolate o pedacitos así de chiquitos de chocolate (yo usé chocolate picado chiquito a cuchillo)


1.       Se bate la manteca blanda con el azúcar negra y el azúcar blanca. (Yo me había quedado sin azúcar negra y las hice sólo con azúcar común aunque, de tenerla, hubiera usado azúcar rubia. Salieron ricas igual).
2.       Agregar el huevo y perfumar con esencia de vainilla. (También quedan ricas con ralladura de limón o de naranja en lugar de esencia de vainilla. Combinan muy bien con el chocolate).
3.       Tamizar los secos (harina y bicarbonato) sobre el batido y seguir batiendo. Como no estamos haciendo una torta, no importa si hacemos todo con batidora eléctrica.
4.       Por último agregamos los trocitos de chocolate.
5.       La masa tiene que quedar bastante firme y, hasta les diría, algo dura. No importa porque después las cookies se expanden en el horno al cocinarse.
6.       Si son hinchapelotas, hagan como Nigella y usen una cuchara para helado para que todas las cookies resulten exactamente iguales. Si no son rompeguindas (o no tienen cuchara para helado) hagan bolitas con la mano (más bien grandecitas) tratando de que queden todas del mismo tamaño. Yo las hice así y ¡miren qué parejitas me quedaron!
7.       Colocamos las pelotitas, algo espaciadas entre sí, en una placa limpia para horno (yo ni la enmantequé ni la enhariné y no se me pegaron porque la masa lleva ya bastante manteca).
8.       Cocinar las cookies en horno moderado ya precalentado. Tienen que quedar sequitas y apenas doradas. En “mi” horno las cociné de 10 a 12 minutos y estuvo perfecto.
9.       Cuando las vayan a retirar del horno, más vale hacerlo con espátula porque el chocolate todavía estará blandito (al enfriarse se endurece). Lo mejor es apoyarlas sobre una superficie plana, o mejor todavía, sobre una rejilla así no transpiran. ¡Que las disfruten!




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Y se hizo… El Resplandor





El Resplandor fue el primer libro que, verdaderamente, no me dejó pegar un ojo. 

Descubrí a Stephen King al igual que muchos, de adolescente, cuando un libro escrito por él cayó en mis manos a una edad muy impresionable. Dora, una compañera mía del secundario, era una chica muy aplicada y estudiosa, todas recurríamos a su ayuda porque estábamos seguras de que Dora “se sabía todo”. El único “vicio” que le conocí fue leer todo lo que escribía Stephen… y me contagió. Lo primero que me prestó fue “Sementerio de Animales” con su detallada descripción de un cerebro pulsante en un cráneo expuesto (me fascinó). Todavía recuerdo mi desilusión cuando no incluyeron esta escena en la película (que no le hizo justicia para nada). Salvo contadas excepciones (“Misery”, “Stand by Me”, “The Shawshank Redemption” y, posiblemente, “Carrie”), prefiero mil veces los libros a las versiones cinematográficas. Para empezar, nuestra imaginación no tiene límites de presupuestos o castings. Nuestros protagonistas ni siquiera tienen que estar en este mundo. O sea, la historia la podemos imaginar con quien queramos. Y además Stephen es buenísimo a la hora de escribir thrillers psicológicos (¿cómo se traslada eso a la pantalla?).

Y les decía que, literalmente no pude pegar un ojo con ese libro porque la noche era el único momento que tenía para leer un poco, ya que a la mañana me levantaba muy temprano y estaba todo el día en el colegio. Y absorta como estaba en la historia, a las 12 y pico de la madrugada pensé en apagar la luz porque si no al otro día… ¿quién me levantaba? El problema fue que interrumpí la historia cuando Wendy corre a esconderse en el baño perseguida por Jack… y su hacha. Cierra la puerta… y se empiezan a sentir los golpes… Así terminaba el capítulo. Cosa que yo me quedé 5 minutos en plena oscuridad, con los ojos abiertos como dos platos, muriéndome de la intriga y… no aguante más. Preferí sacrificar una media hora de sueño y sacarme la duda de lo que pasaba después porque si no en lugar de dormir poco no hubiera dormido nada. 

A Stephen le debo agradecer entonces algunos de los momentos más tenebrosos que pasé de chica. Y parece que ahora también le debo agradecer este guiso de Transilvania, misteriosos y gótico, tan propio de él como los murciélagos y las gárgolas de hierro del portón de su mansión en Maine.







Resulta que allá por los ’80 a una periodista se le ocurrió compilar un libro de cocina con recetas de escritores famosos. Lo único que tenía que hacer era escribirles pidiéndoles una receta y luego ella compilaba el libro (la idea es verdaderamente brillante pero de ahí a que te contesten…). Parece que en el ínterin algo pasó y el proyecto quedo ahí, en un cajón. La mayoría de los escritores no contestó pero hubo uno que sí lo hizo. Nada más (ni nada menos) que Stephen King.

Este hombre (ya famoso en ese entonces) no sólo se tomó el trabajo de contestarle y tipear la receta sino que buscó una acorde con su persona. Un fenómeno.

La carta que mando Stephen (traducción libre) dice más o menos así:

Estimada Srta Campbell,
                                                                     
                Gracias por incluirme en su proyecto de un libro de cocina. Mi especialidad es el spaghetti franco-americano con hamburguesas (a mis hijos les encanta) pero no creo que eso le agrade a la mayoría de la gente. La receta que sigue la saqué de la revista Family Circle, probablemente es más acorde a lo que la gente espera de mí. De verdad se llama Goulasch de Transilvania, no lo inventé yo.

Goulasch de Transilvania

3 cucharadas de aceite vegetal
3 fetas de bacon (puede ser panceta), cortado chiquito
1 cebolla grande, picada (1 taza)
1 diente de ajo chico picadito
2 cucharadas de paprika (húngaro en lo posible)
900g de cerdo magro y sin hueso, cortado en cubos
1 cucharadita de sal
¼ cucharadita de pimienta
¼ cucharadita de comino
2 tazas de agua caliente
900g de sauerkraut (repollo agrio), fresco o envasado (yo usé envasado)
250g de kielbasa (salchicha polaca, acá en Londres las venden pero pueden usar cualquier otra variedad mientras sea de piel gruesa y más bien grandecitas, no las de Viena)
230g de crema agria* (usen 1 pote y listo)         


1.       Calentar el aceite y el bacon en una cacerola hasta que haya soltado la mayor parte de la grasa.  Saltear la cebolla y el ajo en ella hasta que estén traslucidos (como 10 minutos). Retirar del fuego. Agregar el paprika. Agregar los cubos de cerdo, mezclando todo bien para que se impregnen con el paprika.
2.       Poner nuevamente la cacerola al fuego; cocinar a fuego bajo por 10 minutos, revolviendo constantemente para que el paprika no se queme. Condimentar con sal, pimienta y comino. Agregar el agua caliente. Tapar y dejar cocinar por 45 minutos.
3.       Mientras se cocina el guiso, lavar el sauerkraut bajo la canilla de agua fría (si se olvidan de este paso, el guiso resultará incomible). Exprimir hasta secar. Cortar la salchicha groseramente.
4.       Cuando la carne esté tierna, añadir el sauerkraut y la salchicha. Cocinar por 15 minutos más. Retirar del fuego. Agregar gradualmente la crema agria al guiso justo antes de servirlo (no antes).

Este guiso queda todavía más rico al día siguiente de haberlo preparado. No agregar la crema agria hasta después de haberlo recalentado.

                Espero que esta receta le sirva. Le deseo lo mejor para su libro. Parece una buena idea.

                                                                    Atte.
                                                                 Stephen King



*Crema agria: hacer la crema agria en casa (si no la conseguimos en versión industrial) es muy fácil. Simplemente cortamos un pote de crema de leche (doble) con un poquito de jugo de limón y lo dejamos 10 minutos para que el ácido del limón actúe y corte la crema espesándola. Y ya está. Es muy típico de los países centroeuropeos utilizarla en sus platos (Hungría, Rumania, La Republica Checa) así como también en Rusia.

Por esas cosas de la vida, cuando llegó la hora de documentar el plato (lo hice en pleno invierno en medio de una nevada, como corresponde a un guisote rumano) saqué la foto que ven en este post. Fue uno de esos momentos mágicos de los que hablamos en Fotografía. Esos pequeños detalles que notamos sólo cuando revelamos la foto (o la vemos en la compu). No fue calculado, simplemente sucedió que en invierno, son tan pocas las horas de luz que del único lugar del que podía tener una fuente de luz más o menos pasable para la foto era desde la ventana del living que da a la calle. Y es que yo vivo justo enfrente de un… sementerio.      




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